martes, 5 de marzo de 2019

Historia de un pub


―No te preocupes, esta la pago yo.
―Como las últimas tres.

Un camarero rubio y con poca barba colocó el datáfono en la barra para que abonásemos los dieciocho euros de los combinados de ron y ginebra que habíamos pedido. El ron iba con coca cola zero.

Me quedo parado y pienso en que los dietistas están haciendo mucho daño a la sociedad.

Vertimos los refrescos en el alcohol y nos damos la vuelta. Un famosillo de internet está dándole la chapa a una rubia con cara de vinagre. Pienso en la pesadez de la vida. Encima el tipo llevaba unos llamativos zapatos verdes. Imagino que si le hacen una foto y se publica en Instagram, tendrá más followers y, por ende, a una mayor satisfacción. Vuelvo a pensar en la pesadez de la vida.

Le damos los primeros sorbos al cubata y notamos los primeros golpes del alcohol. Uno más y nos dobla. Sabemos que este púgil está bien entrenado. El ring es un local céntrico de la ciudad en el que ponen rock antiguo y algo de electrónica. El público de la pelea va vestido con camisas de flores y pantalones pitillo.

Otro trago; ya van dos. Menos mal que nos iba a doblar. Noto la voz de mi acompañante sobre mi hombro:

―Bueno, ¿qué? ¿Cómo vas con lo tuyo?
―¿Con lo de destruir al capitalismo? Algo hacemos.

Me aparta la mirada y se ahoga en ron durante unos instantes.

―Gilipollas. ¿Sigues sintiendo esa necesidad de estar con alguien?
―Con alguien no; con ella, sí.

Ahora soy yo quien se ahoga en ginebra.

―Ya sabes que esa necesidad que sientes es cultural e invisible.
―Todo lo que sentimos lo es en cierta medida.

Parece ser que el famosillo ha dejado de dar la chapa a la rubia. O la rubia le ha metido una patada en los huevos porque el tío tiene una cara de sufrimiento que no se veía desde que la monarquía británico descubrió que les salió un descendiente un poco revoltoso.

Miro mi vaso, va por la mitad. Mi actitud aumenta.

―No puedes depender de alguien para ser feliz. Tienes que encontrar la felicidad en ti, en lo individual.
―Ni soy un robot ni me quiero recluir. ¿Por qué no puedo querer estar bien con una persona que me gusta?
―Claro que puedes, faltaría más, pero eso siempre estará sometido a la sociedad.
―Por supuesto, que le jodan a la sociedad.

Giro la cabeza a mi derecha y veo a una amiga bailando con un chico de manera un tanto extravagante. El chico tenía el pelo más largo que ella. Pienso que eso también será culpa de la sociedad. Menos mal que este no tenía los zapatos verdes.

Vuelvo a escuchar su voz sobre mi hombro:

―En el marco actual, es imposible tener una relación sana con alguien.
―No sabía yo que la gilipollez de tomarte el ron con coca cola zero se te estuviese subiendo a la cabeza. ¿Por qué no puedo tener una relación saludable? Además, ya lo sabes, los dos queremos.
―Querer no es poder.
―Claro, pero hacer sí puede ser poder. Si lo hacemos porque queremos, podremos.
―¿Y si no os dejan?
―¿Quiénes?
―El mundo.
―Claro que podemos tener relaciones sanas y estables, siempre desde la reciprocidad y el consenso. Todo lo que pase entre nosotros será en términos de igualdad y respeto. Faltaría más. Es que no me jodas, no me creo que no podamos aspirar a construir un relato sólido sobre esto. Pienso que esos planteamientos que sostienen que todo lo que podamos tener está intoxicado son falsos. O al menos esconden algo que no comparto: la libertad como algo volátil y etéreo.

Gira la cabeza con cara de reflexión y se termina el ron. Yo vuelvo a mirar a la derecha para ver a mi amiga bailar con el melenas. La rubia con cara de vinagre ahora parece que tiene cara de aceite y sal por la mañana. El famosillo se ha perdido en la turba de gente.

Veo que mi vaso está pidiendo reposición y mi cuerpo, descanso. Otra vez dos púgiles curtidos en mil batallas, en asestar golpes certeros a horas intempestivas de la noche.

Creo que me recogeré. Me sumiré en mí.

Pero antes tengo que hacer una cosa. Toco el hombro de mi acompañante y la susurro:

―¿De verdad que un dietista te recetó mezclar el ron con coca cola zero?


Entre la gloria y tú