―No
te preocupes, esta la pago yo.
―Como
las últimas tres.
Un
camarero rubio y con poca barba colocó el datáfono en la barra para que
abonásemos los dieciocho euros de los combinados de ron y ginebra que habíamos
pedido. El ron iba con coca cola zero.
Me
quedo parado y pienso en que los dietistas están haciendo mucho daño a la
sociedad.
Vertimos
los refrescos en el alcohol y nos damos la vuelta. Un famosillo de internet
está dándole la chapa a una rubia con cara de vinagre. Pienso en la pesadez de
la vida. Encima el tipo llevaba unos llamativos zapatos verdes. Imagino que si
le hacen una foto y se publica en Instagram, tendrá más followers y, por ende, a una mayor satisfacción. Vuelvo a pensar en
la pesadez de la vida.
Le
damos los primeros sorbos al cubata y notamos los primeros golpes del alcohol.
Uno más y nos dobla. Sabemos que este púgil está bien entrenado. El ring es un local céntrico de la ciudad
en el que ponen rock antiguo y algo de electrónica. El público de la pelea va
vestido con camisas de flores y pantalones pitillo.
Otro
trago; ya van dos. Menos mal que nos iba a doblar. Noto la voz de mi
acompañante sobre mi hombro:
―Bueno,
¿qué? ¿Cómo vas con lo tuyo?
―¿Con
lo de destruir al capitalismo? Algo hacemos.
Me
aparta la mirada y se ahoga en ron durante unos instantes.
―Gilipollas.
¿Sigues sintiendo esa necesidad de estar con alguien?
―Con
alguien no; con ella, sí.
Ahora
soy yo quien se ahoga en ginebra.
―Ya
sabes que esa necesidad que sientes es cultural e invisible.
―Todo
lo que sentimos lo es en cierta medida.
Parece
ser que el famosillo ha dejado de dar la chapa a la rubia. O la rubia le ha
metido una patada en los huevos porque el tío tiene una cara de sufrimiento que
no se veía desde que la monarquía británico descubrió que les salió un
descendiente un poco revoltoso.
Miro
mi vaso, va por la mitad. Mi actitud aumenta.
―No
puedes depender de alguien para ser feliz. Tienes que encontrar la felicidad en
ti, en lo individual.
―Ni
soy un robot ni me quiero recluir. ¿Por qué no puedo querer estar bien con una
persona que me gusta?
―Claro
que puedes, faltaría más, pero eso siempre estará sometido a la sociedad.
―Por
supuesto, que le jodan a la sociedad.
Giro
la cabeza a mi derecha y veo a una amiga bailando con un chico de manera un
tanto extravagante. El chico tenía el pelo más largo que ella. Pienso que eso
también será culpa de la sociedad. Menos mal que este no tenía los zapatos
verdes.
Vuelvo
a escuchar su voz sobre mi hombro:
―En
el marco actual, es imposible tener una relación sana con alguien.
―No
sabía yo que la gilipollez de tomarte el ron con coca cola zero se te estuviese
subiendo a la cabeza. ¿Por qué no puedo tener una relación saludable? Además,
ya lo sabes, los dos queremos.
―Querer
no es poder.
―Claro,
pero hacer sí puede ser poder. Si lo hacemos porque queremos, podremos.
―¿Y
si no os dejan?
―¿Quiénes?
―El
mundo.
―Claro
que podemos tener relaciones sanas y estables, siempre desde la reciprocidad y
el consenso. Todo lo que pase entre nosotros será en términos de igualdad y
respeto. Faltaría más. Es que no me jodas, no me creo que no podamos aspirar a
construir un relato sólido sobre esto. Pienso que esos planteamientos que
sostienen que todo lo que podamos tener está intoxicado son falsos. O al menos
esconden algo que no comparto: la libertad como algo volátil y etéreo.
Gira
la cabeza con cara de reflexión y se termina el ron. Yo vuelvo a mirar a la
derecha para ver a mi amiga bailar con el melenas. La rubia con cara de vinagre
ahora parece que tiene cara de aceite y sal por la mañana. El famosillo se ha
perdido en la turba de gente.
Veo
que mi vaso está pidiendo reposición y mi cuerpo, descanso. Otra vez dos
púgiles curtidos en mil batallas, en asestar golpes certeros a horas
intempestivas de la noche.
Creo
que me recogeré. Me sumiré en mí.
Pero
antes tengo que hacer una cosa. Toco el hombro de mi acompañante y la susurro:
―¿De
verdad que un dietista te recetó mezclar el ron con coca cola zero?