domingo, 1 de septiembre de 2019

El palo del churrero


«Éramos humanos y ahora vete tú a saber (…)
(…) nos están autoengañando aquellos de allí (…)»

Gatillazo, Cómo convertirse en nada


El aceite hirviendo dentro de un recipiente de metal gris. Encima, un palo largo de madera desgastada removiendo una masa gris enrollada que cada vez coge un color más tostado.

El palo del churrero. Es domingo por la mañana. Ningún médico recetaría desayunar churros si tuvieses el colesterol alto.

Los domingos, hasta la hora del aperitivo, el mundo ralentiza su ritmo: los más optimistas cogen sus bicicletas y salen a pedalear o hacen deporte a primera hora, otros remolonean en la cama hasta que el último rayo de sol se cuela por la ventana. Otros madrugan para disfrutar de la soledad y terminar el libro que llevan postergando semanas. Las panaderías y estancos notan el pico de trabajo hasta el mediodía ya que la venta de pasteles para el postre o la compra del suplemento dominical del periódico copa los números de sus cajas registradoras. El sabor de la nata del pastelero se mezcla con un poco de cultura pop mainstream o una columna de opinión de alguna escritora emergente. Los nostálgicos podrán música en su tocadiscos y otros le darán al play en Apple Music. Todos se sentirán un poco especiales.

Mientras la grasa del palo del churrero sigue pegada a la madera.

Cuando el ritmo de los acontecimientos disminuye, se abre una ventana de oportunidad para que diferentes elementos conjuguen: la primera hora de la mañana del domingo también puede servir para volver a casa tras una buena noche de fiesta. Las miradas de quienes madrugan con los que trasnochan puede ser una minúscula batalla fratricida en pleno transporte público durante escasos segundos cuando el sol está saludando al mundo. Otros cumplen estrictamente el horario de salida de sus mascotas con el relente de la mañana para luego volver a la cama.

El ritmo vital desciende y la vida sigue conjugándose. El churrero vuelve a poner aceite a hervir para volver a introducir el palo grasiento en el recipiente. Su repartidor ya habrá dejado los pedidos en los bares de la zona y habrá pasado la factura. Vuelta a empezar.

Dentro del mar de posibilidades que nos ofrece un domingo por la mañana, llamado a ser una barra libre de nuestra toma de decisión en tanto en cuanto podamos, persisten pequeñas olas que nos arrastran hasta la orilla de la rutina más angosta y repetitiva: las grandes cadenas comerciales abren sus puertas como un día más; sabiendo que para gran parte del mundo es su día de descanso, la ventana del consumo sigue abierta.

Quieren que lleguemos a nuestro punto vital en que la única salida de las preocupaciones sea pisar el suelo frío de un centro comercial repleto de maniquíes y carteles de hamburguesas con queso a un euro. La vitalidad y las ganas de seguir adelante ligadas a un cartel publicitario o al sabor de la carne procesada. Siempre tienes la oferta del día en tu app en cualquier restaurante de comida rápida. Debemos desconectar de nuestro mundo conectándonos al suyo.

La franja dominical matinal se estira hasta que el camarero del bar de abajo tira la primera cerveza, en el momento que la espuma rebosa en el vaso, la locomotora introduce una marcha más y el viaje hacia el primer día de la semana laboral y burguesa se encamina para que en pocas horas nos sumerjamos en la absurdez del domingo por la tarde—que cantaba La Fuga—para volver a conectar la alarma.

Desde el remanso de paz para algunos, hasta una jornada laboral dominguera para otros, todo vuelve a desembocar en lo mismo: la vida es cíclica y en innumerables ocasiones está pisando el pedal de no retorno.

¿Qué no falla ningún domingo por la mañana? La grasa del palo del churrero.

Entre la gloria y tú