Veteranía. Existe algo de
épica en el término. En cambio, «viejo» nos transmite dejadez y desgaste. La
veteranía va ligada a la experiencia y la vejez a la incapacidad. Veterano de
guerra y viejo de pueblo.
Me cansa mucho que todos
aquellos que han nacido en los noventa y todavía no han llegado a la treintena se
piensen que son viejos. Un concepto dominante e impuesto en nuestro imaginario.
El manido discurso de: «es que ya estoy mayor» o sentir nostalgia de «cuando
salíamos de jóvenes». Afirmar tal cosa cuando estás acabando una carrera o un máster
interminable no va estrechamente ligado al hecho de que ahora te tomes las
copas en un bar sentado y no en una discoteca escuchando reggaetón con chavales
nacidos en el 2001. La copa de balón en vez del vaso de plástico.
Quizá es que cuando los
del noventa empezamos a salir estábamos solos en las discotecas y no había
gente mayor en los garitos. Pero aquí entra la aspiración y el sentimiento de
exclusividad: somos mejores que todos esos chavales a los que les gusta el trap
y ponen canciones de Bad Bunny en las stories
de Instagram. No te veo a ti poniendo a Sabina en tus redes sociales. Y, si lo
pones, es el tema que escuchaste en las fiestas del pueblo de al lado. Ni 19
días ni 500 noches. Dictadura de la mediocridad.
He llegado a ver a un pijo
en unas fiestas de pueblo en mitad del botellón popular con una copa de
cristal. Tenía los pantalones remangados hasta los tobillos y una cara de
querer una caricia que no podía con ella.
Para colmo, a todos los
que no llegan a la treintena y se creen mayores les ha dado por beber Puerto de
Indias. La realidad siempre supera a la ficción, por eso es cruenta y directa.
Todavía recuerdo los
primeros botellones en los que yo era el único que compraba ginebra. Larios,
por supuesto. La precariedad etílica con veinte años iba ligada siempre a
comprar la botella más barata.
Ahora todos beben ginebra
rosa. Todo es descafeinado y encima del Starbucks.
Es probable que tenga algo
de importancia la falta de oportunidades vitales o la dirección de las
inquietudes culturales que nos pretenden vender. Al igual que la jornada
laboral maratoniana que tenemos durante la semana, que nos anula mentalmente.
Hemos agarrado la copa de
balón los fines de semana para decirnos que estamos mayores cuando la única
realidad es que hemos llegado al punto vital en el que
únicamente nos sentimos útiles si producimos.