jueves, 19 de marzo de 2020

Coprotagonista (V): En otra casa


El presidente del Gobierno decretó el estado de alarma. Dijo, tras una emisión en directo dada por todas las cadenas, que los ciudadanos teníamos los movimientos restringidos.

«Yo los tengo restringidos siempre», se dijo Ángela mientras preparaba el desayuno.

Ya llevaba una hora despierta.

Los señores estarían al bajar.

«Con esto que llaman teletrabajo pueden aguantar un poco más en la cama. Pero yo tengo que bajar a exprimir las naranjas como todos los días. Ni un minuto más tarde».

Le gustaba tener la radio puesta a primera hora de la mañana, le ayudaba a imaginarse el mundo que había tras las paredes de la cocina.

«El Gobierno llama a que todo el mundo se quede en casa», rezaba una voz femenina tras las ondas.

«Desde que llegué a España, casi siempre estoy en casa», murmuró Ángela mientras levantaba el brazo derecho para coger el azúcar moreno del armario.

El señor tomaba el cortado con azúcar moreno.

Ángela siempre estaba en casa, pero nunca en la suya. Desde que encontró el trabajo de interna vivía en un chalet a las afueras de la ciudad. 

Una vez entró en el chalet, se volvió invisible.

Francisco, el hombre de la casa, le dijo que le pagaría en metálico a final de mes. Sin papeles ni nada.

—Los papeles dicen cosas, chica, mejor lo dejamos así —le dijo el primer día.

Y allí seguía. Cocinando, limpiando y recogiendo habitaciones. Sin parar durante horas y con poco descanso.

De vez en cuando, María del Mar, la mujer de Francisco, le decía que limpiase a fondo las ventanas, sillas y mesas. Tanto las del interior de la casa como las del jardín. Ahora con todo esto de la pandemia al menos se ahorraría una parte de todo ese trabajo, ya que solo se lo pedían cuando venían las amigas de la señora.

Le daba pánico salir a la calle. Era la única de la casa que salía a hacer la compra o ir a la farmacia. Insistió mucho a los señores para comprar guantes y mascarillas, así como gel y rollos de papel de un solo uso.

—Señor Francisco, lo escuché en las noticias por la radio esta mañana, debemos prevenir. Yo estoy en contacto con toda la casa, por favor.

Terminó accediendo.

Durante los días de confinamiento estaba teniendo un extra de trabajo por las mañanas: Alicia e Iván, los mellizos de diez años. Aunque estaban pegados al ordenador escuchando clases de sus profesores, no dejaban de estar por medio a determinadas horas de la mañana.

«Ahora me toca hacerles el bocadillo a las once y cuarto todos los días, como si fuese el recreo», se quejaba Ángela.

Masticaban el pan de molde sin levantar la vista de sus iPad.

La jornada seguía: María del Mar en su ordenador hablando con clientes a distancia y Francisco pegado al teléfono. Ángela estaba en la habitación de la plancha doblando cuellos de camisa y recogiendo calcetines.

Los mellizos estaban jugando a la videoconsola.

Todavía faltaba preparar la cena. No eran ni las seis y media de la tarde.

No importaba el confinamiento. Su trabajo no cambió. Para colmo, aumentó. Menos espacio vital y más presión laboral por las medidas de higiene.

En momentos, añoraba su Quito natal. Allí también estaban sufriendo el virus. Pensaba mucho en su primo Sebastián, que tenía dolencias del corazón. Tendría que esperar al fin de semana para hacer un Skype.

Colocó la ropa en los armarios y empezó a preparar la cena. Con guantes limpios.

Los horarios habían cambiado al pasar tantas horas. Se cenaba antes.

Coció arroz integral y enharinó unos lenguados. La semana anterior la señora le pidió que, por favor, ahora las cenas fuesen más ligeras ya que se movían menos.

Cayó la noche. Los mellizos estaban en su habitación y los señores conversaban en el jardín con la última taza de café del día.

Ángela por fin se recogió a la suya. Tenía un baño pequeño. Tomó una ducha caliente.

Mañana la rutina no sería muy diferente.

El virus había traído menos horas de descanso. Se acordó de su primo Sebastián. Se metió en la cama.

Escuchó crac desde la habitación de Alicia. Solo rezó para que mañana no tuviese que reparar nada que no supiese.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entre la gloria y tú